miércoles, 23 de mayo de 2012

No tenés abuela, che.

Un día que me sentía un poco narcisista hice esta lista con las publicidades en las que actué.

Otro día que estaba peor la postee.

jueves, 22 de marzo de 2012

Viagra Santafesino


El gobierno de Santa Fe salio a defender su "Viagra para todos":

1- Ayuda con la crisis energetica. La mayoria de la gente apaga la luz para culear.
2- Favorece a la industria. Especialmente a la del latex.
3- Baja la canasta familiar. La gente desnuda, gasta menos la ropa.
4- Permite la baja en los subsidios. No es lo mismo mirar el aumento de la luz cuando acabas de ponerla, a que te llegue la factura cuando estas malcogido.
5- Ayudaría a la Economía, a partir de la medida todos los hombres tendrian un palo en el bolsillo.

martes, 28 de febrero de 2012

Cinco Caminos

Apuró el vaso de whisky, bebiendo el contenido completo de un solo trago. Beso el frio del hielo contra sus labios y resopló al sentir el alcohol quemando su garganta. Con un movimiento seco lo estampo sobre la barra del bar. Los hielos tintinearon y cantaron dentro del vaso vacio.
-Otro. -Pidió, con una sonrisa torva. El barman se incorporo con un suspiro de tedio y resignación, miro el reloj que promocionaba una marca de café, daban las cinco de la mañana. Se acerco con la botella medio llena, y empezó a volcar el líquido ámbar sobre los cubos de hielo, medio derretidos a esta altura, luego de cinco raciones de alcohol. Mientras levantaba la botella, la mano del borracho apreso su brazo y tirando de él se incorporo tambaleante, sobre la barra, acerco al barman hasta que las caras de los dos hombres quedaron a escasos centímetros, mirándolo fijo a los ojos. El borracho susurro:
-Al mejor cazador se le escapa una liebre. –Dijo y soltó una carcajada en la que no había nada de humor, una risa de borracho, cargada de autoconmiseración y desprecio a la vida. Soltó el brazo del barman, para reclinarse sobre el taburete y volvió a reír, hasta que la risa se convirtió en un gemido que se fue apagando a medida que el borracho se apagaba sobre la barra. El barman se dio vuelta y dejo la botella sobre la estantería espejada llena de botellas del bar; tomo una bocanada de aire dominar la repugnancia que le había provocado el borracho, con su aliento que apestaba a alcohol y el maltrecho traje, desde el que asomaba un tufo desagradable. Se recrimino por haber permitido que un borracho lo sorprendiera, a esta altura los años detrás de la barra tendrían que haberle dado un poco más de reflejos.
“Estaba cantado que este tipo quería que lo miraran”, pensó, “Quiere estar borracho, y que los demás vean que esta borracho, el muy pelotudo”. Para el barman, que había visto muchos, el tipo tenía el aspecto de la derrota, pero no de la derrota del luchador, de la persona que ha peleado a la vida, tratando de salir adelante, pero que todavía no ha podido ganar. Tenía el aspecto del que nunca pierde, del que no pensaba que podía llegar a perder, del que había trepado a lo más alto, tan solo para caer más fuerte. Del que lo había tenido todo y lo había perdido. Del que no podía creerlo, del que no quería aceptarlo. Del cliché que quería ahogar sus penas en alcohol. Del que en vez de eso, terminaba regodeándose de ellas y revolcándose en su propia mugre. El barman sintió más asco todavía. Trato de imaginar brevemente, cual podía ser el problema que lo puso esa noche en la barra del bar.
-No importa, ¿qué problema podes tener vos? Mañana te vas a levantar y olvidarte de todo lo de esta noche. De tu borrachera y de tu patético problema, que seguro es una boludez. De acá seguro te vas a tu casa, que debe ser mejor que la mía. Y que además debe ser tuya, no como el departamento que alquilo y todos los meses me rompo el culo por pagar. -Pensó para sus adentros inhalando resentimiento y expirando un poco más de paciencia para no sacarlo a la calle a patadas. Harto, se miró por decimocuarta vez en el espejo que se dejaba ver atrás de las botellas y volvió a mirar el libro que descansaba atrás de la barra, lejos de la mirada de los que se sentaban en los taburetes. Se seco las manos en el trapo y acaricio la cubierta.

McEnzies estaba tranquilo esa noche, además del borracho en la barra, solo había tres parejas que ocupaban otras tantas mesas y un tipo navegando la wi-fi. Con ojo experto, adquirido a la fuerza Esteban los examino. Una parejita de novios, una que sale por primera vez, y una que probablemente este terminando su relación esta noche, aquí mismo. Parecían alineadas, como el gráfico donde se muestra la evolución, y el mono se va transformado paso a paso en hombre. “La evolución de la pareja” definió Esteban, con sarcasmo. La primera, el cortejo. El hombre gesticulaba, sentado enfrente de la mujer. Seguramente estaba contando una historia que lo hacía quedar bien, como un macho superior. Ella no le sacaba los ojos de encima y sonreía animándolo. Mientras la historia iba avanzando, también lo hacia la pareja, los torsos se iban inclinando sobre la mesa, las manos reptaban sobre la formica buscándose, biología pura.
Esteban desvió su mirada a la segunda pareja, la etapa copulatoria. Los dos sentados lado a lado, se tocaban, acariciaban, besaban y se miraban constantemente. Las húmedas cabelleras, a esa hora de la noche, eran la contundente evidencia que acababan de salir de un telo, y que probablemente, antes de amaneciera volvieran a entrar en otro.
En la tercera mesa las cosas no estaban tan bien. Un vaso vacio y café que todavía humeaba se interponían entre un hombre y una mujer. Intercambiaban algún que otro comentario susurrado. Frases cortas de una conversación que no empezaba ni terminaba. Comentarios que caían en la indiferencia del otro lado de la mesa. Miradas que no se encontraban. Ojos que recorrían el bar para no mirar a la persona que estaba del otro lado, que ya se habían mirado muchas veces, que se habían cansado de mirar.
Faltaba otra hora para que llegara el gallego a reemplazarlo. Hora y media si el gallego, otra vez se quedaba dormido. Después el viaje en el 152 hasta casa, preparar el desayuno para Helena y Martita y darles unos besos antes que salieran para la oficina y el colegio respectivamente. Y después quedarse solo, bajar la persiana de la pieza y acostarse a dormir.

Mientras trataba de volver a normalizar su respiración, se seco la transpiración de la cara con lo primero que tenía a mano. Después hizo un bollo con la tela blanca y la tiro arriba del escritorio.
-Sos un hijo de puta. ¿Sabías? -Le dijo Helena con una mirada llena de ira y frustración. Sus tetas desnudas subían y bajaban mientras ahogaba los últimos jadeos todavía tumbada sobre la tapa del escritorio. Bajo la minifalda, que se había enrollado sobre su cintura y acomodo la bombacha mientras se levantaba, tratando de no volcar los papeles de trabajo que habían quedado debajo de ella. Estiro como pudo el bollo que era su blusa, mientras sus dedos sentían la transpiración de su jefe que acababa de usar la tela como toalla. Reprimió, otra vez, las lágrimas por este nuevo gesto de desprecio y se puso la blusa, esperando que no se notaran las arrugas, cuando saliera del despacho. Pensó eso y tuvo que volver a respirar hondo para no llorar, para no dejar salir las lágrimas de bronca, autodesprecio y autocompasión. Daba lo mismo, en la oficina todos sabían como Don Armando se cogía a su secretaria. Podía sentir las miradas de sus compañeros cuando salía del despacho de su jefe. Miradas que la penetraban, que la pasaban de lado a lado. La mirada de las otras secretarias, que la compadecían, algunas de ellas también habían sido víctimas de Don Armando. Alguna vez, en el saloncito de café, habían compartido sus historias, la carga de humillación, de desesperación, de asco. Hasta Margarita, la mujer del viejo lo sabía. Y como todas, debía tolerarlo en silencio, con el nudo en la garganta. Podía sentir, también la mirada de los otros. Los que la trataban como la puta de la oficina. Los dos contadores, que la desnudaban con la mirada y que envidiaban a Don Armando. En sus miradas leía esas mentes podridas, y sentía como se la cogían mentalmente. Y lo peor de todo era aguantar el resto del día. Aguantar la ropa pegajosa que olía a viejo de mierda, que no la dejaba olvidar ni por un segundo, que le revolvía el estomago y le daba arcadas hasta que llegaba a casa y se lavaba la inmundicia del cuerpo.
Todavía estaba abotonando su blusa cuando el pitido electrónico del teléfono la saco de sus pensamientos. Don Armando levanto el tubo y escucho la voz del otro lado. Colgó el teléfono con un bufido de desesperación y volvió a enfocar la vista en el escritorio.
-Mirá lo que hiciste pelotuda -Le dijo a Helena señalando un montón de papeles.
-Está llegando la inspección de la AFIP y está todo echo un quilombo. Empezá a levantar todo lo que está en el piso y ordenalo antes que toquen la puerta o te quedas en la calle, ¿me entendes?. -Termino, mientras se manoseaba la bragueta, obscenamente, y se metía la camisa dentro del pantalón sobre el que se asomaba su panza fofa. Cuando golpearon a la puerta, empezó a peinarse con los dedos mientras señalaba con la cabeza hacia la puerta.
Helena, todavía con los papeles en las manos se encamino a la puerta y la abrió. Dos hombres vestidos de traje gris esperaban del otro lado. Uno llevaba un maletín de cuero negro y el otro un fajo de carpetas anaranjadas llenas de papeles, algunos de esos papeles comenzaban a amarillear. Don Armando los hizo entrar con una sonrisa, que aquellos hombres no devolvieron. Con un ademan de mano los hizo pasar a la sala de reuniones contigua al despacho indicándoles que él los seguiría a continuación. Cuando los hombres pasaron se volvió hacia Helena y trocando su sonrisa por una mueca de furia tomo los papeles que ella intentaba acomodar sobre sus manos y acercándose le dijo al oído “Trae tres cafés, rápido. Y cuando termines búscate otro laburo, pelotuda.” Volvió a acomodar su sonrisa y entro a la sala de reuniones.
-Disculpen el desorden caballeros, mientras nos traen unos cafés permítanme que acomode todo esto por ustedes. La tarada de mi secretaria es incapaz de tener dos papeles ordenados. -Se escucho mientras cerraba la puerta de la sala de reuniones. Helena, sintiendo que sus rodillas se aflojaban, llena de desesperación se tomo con ambas manos del escritorio, al tiempo que su cabeza caía laxa hacia adelante. El golpe movió el mouse de la computadora que salió de su letargo iluminando la pantalla. El logo de la Top Investment Caiman Co. encabezaba la información. Mientras leía la pantalla, Helena abandono la situación. Su cuerpo se levanto al mismo tiempo que tomaba el mando otra conciencia, una neblina que pensaba y actuaba por ella. Su mano, que no era de ella, movió el mouse al icono de impresión e hizo click.

Levanto la vista de la pantalla al sentir la presencia a su lado.
-¿Me puede pagar ahora, que tengo que cerrar el turno? Marcos enfoco los ojos enrojecidos de tanta computadora en el mozo y con resignación saco la billetera. Noto que había cambiado el mozo y que era uno diferente al que lo había atendido. Pago el tostado con gaseosa y volvió a la computadora. Avergonzado se dio cuenta que le fastidiaba la interrupción que le había echo perder la partida de Tetris.
-Sos un boludo. -Se dijo a sí mismo. -Hay que ser tarado para preocuparse por un record en un juego de mierda. Casi te olvidas para que viniste acá. Volvió a chequear la casilla de mail. Todavía no había llegado nada. Resignado espero otra hora jugando con los bloquecitos y después cerro la notebook. Salió del bar, mientras el sol empezaba a asomar por arriba de los edificios, y haciendo visera con la mano para tapar los ojos miro al cielo. Los colores del amanecer lo llenaron una vez más. El naranja, amarillo, azul, violeta, se le metían dentro del alma. La única alegría, por lo menos hasta que llegara el aviso del estado de salud del viejo, al que estaban operado a medio planeta de distancia. Suspiro resignado, y metió la llave en la cerradura del auto. Después de esperar un rato que calentara el motor diesel arranco por Santa Fe.

El frio del amanecer le hacía doler las piernas. Hacia veinte minutos que esperaba un taxi y ya le estaba empezando a poner nerviosa la posibilidad de perder el vuelo. Finalmente apareció uno y levantando el brazo lo llamó. El coche paro a su lado, y el conductor bajo a meter la valija en el baúl del auto, acomodándola sin mucho cuidado. Después de acomodarse en el auto, la mujer saco un trozo de papel y leyó la dirección donde pasaría a buscar al resto de la gente. Y desde ahí a ezeiza. Había elegido el destino sin pensarlo. Tenía dos nietos en el DF, que no veía desde hacía un año. De echo, tenia mejores motivos para evitar México, pero hacia unos días había recibido un mail de su hija, vacio, sin subject, sin nada. Y se había dado cuenta que hacía un mes que no le escribía. Cuando llamo a la agencia de viajes, para reservar los boletos aquella tarde, sin un destino, pero sabiendo que cuanto más lejos de Buenos Aires mejor. Y México parecía tan bueno como cualquier otro lado. Había llenado la valija a los apurones, metiendo cualquier prenda que estuviera a mano, sin pensarlo demasiado. Cuando llegara al DF iba a tener que revisar que llevaba y comprar el resto. Pero la verdad no importaba. Un viento frio la hizo estremecerse cuando el chofer abrió la puerta del conductor y se puso al volante.

Metió la llave dentro de la cerradura, intentando hacer el menor ruido posible. Dejo la campera en el perchero y a oscuras fue para el baño, como todos los días cuando llegaba a casa. Bajo la puerta del dormitorio pudo ver como se filtraba un haz de luz eléctrica. Se dijo que era muy extraño que su mujer estuviera despierta a esa hora, y se animo pensando que, quizá, después de ir al baño pudiera pasar un rato de intimidad con ella. Si es que no se sentía mal y le encargaba que llevara a Martita al colegio. Después de tirar la cadena se lavo las manos y con la toalla todavía en su poder abrió la puerta de la habitación. Helena estaba de espaldas, inclinada sobre la cama en la que había dos valijas a medio hacer, y a su costado varias pilas de ropa y un rectángulo del tamaño aproximado de una caja de zapatos, compuesto por fajos de billetes. Esteban miraba la cama como si nunca la hubiera visto en la vida; No atino a mirar a Helena hasta que esta se había dado vuelta y se paro frente a él. Rodeo el cuello con sus brazos y le partió la boca de un beso.
-Nos vamos a México -Dijo. Y siguió armando las valijas sin dar ninguna otra explicación.
-¿Cuándo? –Pregunto esteban, sabiendo que era una pregunta estúpida, pero era tan buena para empezar a preguntar como cualquiera. Helena se dio cuenta de lo que podría estar pasando por la cabeza de su marido y preocupada volvió a hablarle.
-No te preocupes, está todo bien. Pero nos pasan a buscar en un taxi y tenemos que estar listos. Cuando tengamos un minuto te juro que te voy a explicar. Martita ya esta vestida. Y casi todo está listo. No te preocupes mi amor. Todo va a estar bien; Muy bien.

El portero eléctrico anuncio que el taxi esperaba abajo. Helena las valijas en las manos de su marido, que todavía sostenían la toalla, y desapareció por el pasillo. Volvió de la habitación de su hija, con Martita todavía dormida en brazos. Apago las luces de la casa y llamo el ascensor para bajar los tres pisos que la separaban de la planta baja por última vez en su vida. Esteban las seguía asustado, una vez más pidió explicaciones sin éxito y luego de cerrar la puerta con llave acompaño a su mujer a la calle, con la esperanza de poder interrogarla en el taxi. Dentro del auto esperaba a la familia una mujer de unos sesenta años. Helena se acomodo con Martita en el asiento trasero, mientras Esteban ayudaba a guardar las valijas en el baúl del auto. Al terminar comprobó que no quedaba lugar en el asiento trasero e iba a tener que viajar adelante. Así que no podría preguntar ni por el viaje, ni por el dinero, hasta que llegaran a ezeiza. Abrió la puerta delantera del vehículo, al tiempo que el conductor hacia lo mismo. Espero a que acomodara las cosas sueltas en el asiento del acompañante, y cuando tiro el asiento hacia atrás, finalmente subió. El conductor se lo quedo mirando fijo, mientras volvió a poner en marcha el auto.
-¿Lo conozco de algún lado? -Le pregunto. Esteban lo reconoció como el tipo que había estado navegando en el bar toda la noche.
-No. -Mintió Esteban, y noto la notebook en el regazo del hombre, por debajo del volante. Atrás las mujeres susurraban.

El trayecto desde la capital al aeropuerto transcurrió en silencio, mientras Esteban armaba cien historias diferentes que explicaran lo que estaba viviendo.
Bajaron del auto en la terminal de salidas internacionales. Mientras Esteban acomodaba las valijas en un carrito, Helena y la mujer pagaban la tarifa del viaje. El conductor, tomo el dinero sin darle demasiada importancia al abono, se dedicaba a encender la computadora para aprovechar la wi-fi del aeropuerto. Las mujeres se apresuraron a entrar en la terminal. Pero Esteban no podía aguantar más. Tomo del brazo de su mujer y le dijo que no pensaba dar un paso más, hasta que le explicaran que estaba pasando. La mujer mayor se adelanto y por primera vez le dirigió la palabra al hombre.
-El avión sale en menos de media hora. Después te vamos a explicar todo lo que quieras. Por ahora lo que te puedo explicar es esto. Me llamo Margarita, y soy la mujer del jefe de Helena. Mi marido es un hijo de puta y tu mujer lo acaba de mandar en cana. Ella me ayudo a rescatar la guita que él me había robado, pero él no se va a quedar tranquilo. Para protegerla a ella, a tu hija, a vos y a mí, nos tenemos que ir ya. Cuando estemos en el avión, ella te va a contar todo lo que quieras. O todo lo que ella pueda contarte. -Y dando la vuelta paso por las puertas de vidrio. Esteban miro a su mujer, interrogándola con la mirada. Ella asintió y cruzo las puertas de la terminal. En silencio, Esteban cerraba la marcha.

Mientras los cuatro pasajeros llegaban al final de la escalera mecánica, después de despachar las valijas, rumbo a la puerta de abordaje comenzó a sonar una melodía eléctrica. Sin dejar de caminar, Margarita saco su celular y luego de levantar la tapa leyó el mensaje de texto. Sin siquiera molestarse en cerrar el aparato lo arrojo al tacho de basura que descansaba contra la pared del pasillo. Esteban que caminaba llevando a Martita alzada alcanzo a leer el mensaje en la pantalla del aparato.
“Al mejor cazador se le escapa una liebre” decía, mientras se revolcaba en la basura.

Temporada

Jacobo y Silvia Süller, hacen temporada en Mar del Plata. Con algo de suerte llenan un teatro con 6 butacas...